El campo español ante los retos del cambio climático.

 

Por Pedro López Salcedo.

El cambio climático va mucho más allá de un aumento de la temperatura y variabilidad del clima. Compromete todos los órdenes de actividad humana, y especialmente, la capacidad de producción de alimentos.

Desde hace unos pocos decenios la Humanidad aumenta sistemáticamente su demanda de alimentos, empujada por el crecimiento de la población mundial, el aumento de nivel de vida y el cambio de hábitos alimentarios de las sociedades, fundamentalmente de países emergentes. Esta necesidad creciente se ha acelerado en los últimos años y es previsible que siga acelerando, forzando cada vez más la capacidad de producción a través de la agricultura, ganadería, pesca y acuicultura.

 

El cambio climático afecta a la capacidad del planeta para abastecernos de alimentos.

Esta capacidad depende en gran medida del clima: luz, agua y temperatura. En las distintas zonas geográficas del mundo los cultivos y su productividad están adaptados a ciertas condiciones climáticas que se han mantenido más o menos estables desde el inicio de la civilización.

Sin embargo, la variación rápida e intensa de estas condiciones desde finales del siglo XX es hoy una realidad que ya muy pocos niegan y que ningún gobierno cuestiona, y que ha llegado para quedarse. El cambio climático ya ha empezado a comprometer la capacidad del planeta para producir alimentos, semillas, fibras y combustibles en la cantidad que demanda la Humanidad.

En 1997, en pleno proceso de negociación del Protocolo de Kioto, la FAO ya advertía de los efectos negativos que el cambio climático tendría sobre la agricultura, y que hoy ya estamos empezando a vivir:

  • El clima es menos previsible, dificultando la planificación de las actividades del campo y alterando los ritmos y fases de crecimiento de las plantas.
  • Son más frecuentes fenómenos extremos imprevisibles: sequías, inundaciones, pedriscos.
  • Se altera la biodiversidad, disminuyendo la población de especies favorecedoras de los cultivos y aumentando las plagas perjudiciales para éstos, incluso en zonas donde nunca han existido.

Además, es previsible una disminución de la superficie cultivable en zonas costeras como consecuencia de la probable subida del nivel del mar por deshielo de los Polos y Groenlandia.

Pero el problema tiene otra dimensión, y es que la propia agricultura, fundamentalmente la intensiva, está contribuyendo a este cambio climático por varias vías: deforestación para obtención de superficie cultivable, monocultivo, uso de fertilizantes derivados del petróleo, quemas controladas, etc.

El campo español, especialmente amenazado.

Todas estas verdades, no ya incómodas sino peligrosas, parece que cobren una dimensión aún más preocupante cuando las trasladamos al campo en España -uno de los países que más se van a ver afectados en el futuro próximo según el Panel Internacional del Cambio Climático- y sus cultivos tradicionales y emblemáticos.

La disminución e irregularidad de precipitación de agua combinada con el aumento de temperatura y el aumento de fenómenos locales de inundación y pedrisco, es la principal amenaza para todo tipo de cultivos, tanto de de regadío como de secano, y entre los que hay algunos tan importantes y notorios como el olivar, la vid, el cereal y los hortofrutícolas mediterráneos.

Y no sólo eso: la disminución de polinizadores animales, insectos y aves, afecta al rendimiento de las cosechas de cultivos como los frutales –manzanos, cerezos, almendros, perales-, cucurbitáceas en general –calabazas, calabacín, pepino, melón y sandía- y cultivos de cereal como la alfalfa. También la globalización y el aumento de temperatura han favorecido la colonización de nuestros ecosistemas por especies especialmente invasoras y perjudiciales. Por último, a medio plazo, el aumento del nivel del Mediterráneo puede alterar las condiciones de cultivos en tierras bajas inundables, como el arroz.

Adaptarse al problema y mitigarlo es asunto de todos, y es urgente.

El campo español necesita de medidas y acciones urgentes por parte todos los agentes relacionados con la producción agroalimentaria, cada cual en la medida de sus competencias.

La Administración puede actuar en dos sentidos:

  • Por un lado, modificando el marco legal con normativas restrictivas hacia los sistemas de producción de alimentos de mayor impacto ambiental, e incentivadoras de otros sistemas más sostenibles.
  • Por otro, modificando la política de ayudas y subvenciones primando  y apoyando iniciativas y métodos de producción que se demuestren  significativamente eficaces en relación con el uso de recursos y el impacto de la actividad sobre el entorno.

Los agentes productores, cooperativas, asociaciones, agricultores y ganaderos, industriales, deben cambiar su forma de ser y hacer:

  • En primer lugar, asimilando y asumiendo que, con su propia actividad, ya están fomentando unas condiciones adversas para la misma y que hay que cambiar de actitud y de forma de trabajar.
  • A continuación, es imprescindible una revisión de la forma de hacer las cosas hasta la fecha y un esfuerzo de inversión en investigación,  desarrollo e innovación.
  • Por último, se deben incorporar sistemas, métodos, prácticas y tecnologías que minimicen el impacto sobre el medio ambiente y lo mejoren  si es posible, y que reduzcan el uso y/o  la dependencia de recursos altamente valiosos como la energía y el  agua.

Uno de los hechos que van a marcar la próxima Conferencia del Clima en París en diciembre de este año, es que el cambio climático ya es algo real e inevitable -el objetivo es que la temperatura media global no aumente por encima de 2ºC respecto a 1990- y que las medidas urgentes que tomen los países sólo conseguirán -y ya sería mucho- reducir su intensidad, mitigar sus efectos y dar tiempo a adaptarnos a sus consecuencias.

España debe aprovechar para diseñar una hoja de ruta con responsabilidades, medidas y plazos claros para preparar y adaptar su Sector agrícola y ganadero a esta situación. Administraciones, productores, elaboradores, comercializadores agroalimentarios y, también, la sociedad con su actitud frente al consumo no pueden esperar más para ponerse manos a la obra. El campo español, su capacidad de creación de riqueza y empleo, y la imagen y presencia internacional de sus productos están en juego.

Pedro López Salcedo es director de PRO-VOC, S.L., asesoría en marketing agroalimentario.

 

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